Durante la XXXV Semana Negra de Gijón, que tuvo lugar del 8 al 17 de julio de 2022, nos pidieron a varios de los escritores participantes que escribiéramos sobre algún aspecto relacionado con la escritura de nuestras novelas que también pudiera ser útil a futuros escritores. Este es el texto que apareció publicado en  A Quemarropa, la revista de la SN.

El silencio

Desde que empecé a escribir, descubrí que, en mi caso, esto implicaba el reto de saber callar sobre lo que escribía, que tenía que guardármelo para mí, protegerlo con mi silencio.
En presentaciones, entrevistas o en artículos como este los autores solemos ser precavidos al hablar de nuestros libros para no revelar demasiado del contenido. En realidad, es una desconsideración arrebatarles cualquier descubrimiento propio a los lectores, pero, ya que, para vender libros, los autores nos convertimos en contraportadas parlantes, por lo menos debemos ser discretos.
Así, mientras preparaba este artículo, me di cuenta de que hay muchas cosas que no debo contar sobre la escritura de Los buenos hijos, que, en el fondo, os tengo que ocultar lo mejor. No puedo explicar, por ejemplo, qué fue lo que más me gustó y mucho menos lo que más me costó, tanto narrativa como emocionalmente. De lo contrario, tendría que destripar partes esenciales de la novela.
Puedo decir, eso sí, que desde el principio tenía claro que Los buenos hijos era una novela que hablaría sobre el retorno. Eso lo sabía ya mientras estaba terminando la primera novela de esta serie, Un asunto demasiado familiar. Sin embargo, no tenía la más remota idea de que la semilla de Los buenos hijos estaba escondida en la novela precedente, incluso antes de que decidiera escribirla. Y tampoco llegué a esta conclusión por mi cuenta, sino que me lo reveló la escritora y periodista Laura Fernández cuando me entrevistó para El País con motivo de la publicación de Un asunto demasiado familiar. Me preguntó si le podía adelantar algo de la continuación, que ya estaba escribiendo. No lo hago nunca, pero esa vez hice una excepción y le comenté que una tema central de la novela sería retorno. Para mí, que llevaba ya muchos años viviendo fuera, pero empezaba a pensar en un posible regreso, era un tema importantísimo, existencial. Laura Fernández lo captó también así y me dijo que yo en realidad había escrito la primera solo para poder escribir la segunda novela. Algo que, como sucede con las iluminaciones, ya no me quité de la cabeza.
De ahí que ahora que estoy escribiendo la tercera novela de la serie de los detectives Hernández, me pregunto en qué momento dejé plantado en Los buenos hijos el germen de lo que estoy haciendo. Seguramente lo sabré cuando acabe de escribirla, pero de esa no os voy a hablar, como dije antes, nunca hablo de lo que estoy escribiendo. Este es el silencio al que se refiere el título de este artículo.
¿Por qué es tan importante no hablar de lo que estoy haciendo? Por dos razones. La primera es que, en mi caso, el texto final siempre se aparta del planeado ya que, aunque tenga una idea clara y un plan de la novela, durante el proceso de escritura tanto la idea como el plan se transforman. Mucho, a veces. Eso es lo que hace de la escritura un constante descubrimiento. Para que sea así tengo que guardar mis ideas solo para mí, sin contárselas a nadie. Si hablo de la novela que quiero escribir o estoy escribiendo, se producen dos efectos indeseables: el relato oral fija la historia, la fosiliza. Y, lo que es peor, si la cuento, se me van las ganas de escribirla, ya que tengo la impresión de que lo sé todo y no hay espacio para los cambios y las sorpresas. Si ya lo sé todo, ¿por qué tomarme el trabajo de escribirlo? Necesito, pues, que la historia esté contenida dentro de mí, a presión, queriendo, esperando ser escrita para tomar forma y existir.

Como estas líneas van dirigidas también a futuros escritores y supongo que de ellas se espera algo así como un consejo, ahí va el mío: no habléis demasiado de lo que vais a escribir o estáis escribiendo, escribidlo.