Estoy trabajando en la que será la cuarta entrega de la serie de Cornelia Weber-Tejedor, la penúltima, según mi plan inicial, aunque en mucha ocasiones ni yo misma sé cuántas serán.
En la fase final de la escritura de cada una de las tres precedentes, Entre dos aguas, Con anuncio, En caída libre, el propósito de escribir cinco novelas con la misma protagonista me ha parecido una tarea imposible y he lamentado haber dado esa cifra.
En cuanto aparece publicada, la distancia temporal entre la finalización del manuscrito y la llegada a las librerías del libro ha suavizado esta impresión. Cinco novelas. La cifra me parece correcta. Mejor que correcta, la adecuada. Sí, tienen que ser cinco. Ni una más ni una menos.
Cuando llevo, como ahora, un tiempo sin escribir una nueva historia de Cornelia, Reiner y Leopold, me doy cuenta de que los echo de menos. Releo mis apuntes para recordar dónde los dejé en la última novela, pienso dónde me gustaría que estuvieran al final de la serie y, como ahora, me digo que dos novelas más son poco, que me he quedado corta. Cinco. ¡No puede ser! Eso significa que sólo me quedan dos. No quiero despedirme de ellos, ni de Celsa y Horst, ni del forense Pfisterer. Tal vez podrían ser seis. Pero seis es un número feo para una serie.
Dos no son una serie.
Una trilogía es una buena medida, pero ya se me ha quedado pequeña.
Con la tetralogía, por muy wagneriano que suene, me voy a quedar corta.
La pentalogía (curiosamente la RAE no recoge la palabra) es el plan inicial. Pero como ya dije, eso significa que sólo me quedarán dos. ¿Podré llegar hasta donde me propuse? Puede que sí. Pero en el caso de que no sea así, tendrán que ser siete.
De momento, con todo, mientras avanzo con la trama de la cuarta y las primeras páginas ya están escritas, me limito a disfrutar del reencuentro.