Ahora que ya tengo por fin sofá, puedo compartir sin amargura ni dolor de espalda este texto que publiqué en El Periódico en julio.
«Estos días, en plena mudanza, mientras todavía faltan cosas en la casa, he tenido una especie de experiencia proustiana, que, en mi caso, no se ha debido a un recuerdo despertado por un sabor, sino por una situación: como todavía no tenemos sofá, he vuelto a ver la tele sentada en una silla, como cuando vivía en la casa familiar.
Cuando eres pequeña, estás convencida de que tu forma de vida es la normal. No hay tantos elementos de comparación y, además, cuando los tienes, todo lo mides con el rasero de tu casa. Empecé a darme cuenta de que algunas cosas en la nuestra se salían de la norma, cuando una vez una compañera del colegio entró en el lavabo. Salió impresionada. El lavabo de la planta baja es un largo tubo interrumpido en medio por el lavamanos y al final, como un trono, el inodoro. “Como tengas prisa, no llegas”, dijo al salir. Así caí en la cuenta de que ese lavabo era “raro” y me fijé en que todos mis amigos, que vivían en pisos, tenían lavabos cuadrados, donde todo estaba cerca de la puerta y no había que dar por lo menos ocho pasos para llegar al inodoro.»
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La tribuna se publicó en El Periódico el 30 de julio de 2021