En diciembre de 2020 participé en el proyecto de llamadas vecinales «A cau d’orella» que promovió el Centre Cívic Palmira Domènech del Prat de Llobregat. Una experiencia emocionante, cálida, hermosa.
Este es el texto que leí por teléfono a varias personas que participaron en la cadena de llamadas.

Del álbum familiar

Hoy me gustaría compartir contigo una imagen de mi álbum familiar. Una de mis fotos más queridas.
Siempre he pensado que he tenido muy buena suerte. La gran suerte de haber conocido a mi bisabuela. Se llamaba Dolores y muchos la conocían en el Prat como “Doloras, la de la carn”, porque fue carnicera. Enviudó muy joven, con veintipocos años, y tuvo que sacar adelante a su hijo, mi abuelo, que tendría dos o tres años. Lo hizo sola. Dolores fue una mujer muy valiente. Siempre.
Los primeros recuerdos de ella que tengo, en realidad, no son del todo míos, porque era demasiado pequeña. Son recuerdos que tengo porque ella misma, u otra persona de mi familia, años más tarde me contaban la escena. Y me la contaron tantas veces y con tantos detalles, que ahora la veo en mi cabeza.
A este tipo de memorias los psicólogos las denominan “falsos recuerdos”. Me da lo mismo. Es uno de mis recuerdos más queridos. Es una joya, valiosísima, aunque sea de bisutería, porque lo que importa es quién te la regaló y lo que significa.
Así que puedo decir que es un recuerdo “mío”.
¿Qué es lo que recuerdo? Pues que mi bisabuela recorre la casa conmigo en brazos. Me va señalando cosas. “Quin color és aquest?”, me pregunta. Jo respondo. “blavet” o “vermellet” o “groguet”. Siempre en diminutivos. Aprendí así los colores, en brazos de mi bisabuela y en diminutivos. Ella estaba muy orgullosa de haberme enseñado así todos los colores.
En realidad, aprendí mucho, muchísimo más. Aprendí que decir bien las cosas hace feliz. Tanto a la persona que lo dice como a la persona que lo escucha. ¡Cómo me festejaba cada vez que lo decía bien!  Ahora al escribir, al hacerme escritora, estoy, en realidad, repitiéndolo. Intento decir algo y decirlo bien para volver a sentir esa felicidad y que la persona que me lea o escuche sienta también esa misma alegría. Así, sin saberlo, en brazos de mi bisabuela, me hice escritora.
Esta es la historia que quería compartir hoy. Es una historia pequeñita, pero para mí muy grande, porque trata de una de las personas a las que más he querido y que, ahora sé que dejó plantado en mi el germen de lo que soy.
A ella la recuerdo cada vez que veo a abuelos enseñando palabras a sus nietos. Y si la necesito a mi lado, sólo tengo que decir las “palabras mágicas”: vermellet, blavet, groguet…