«Ir a los puntos de intercambio de librosse ha convertido en una de mis aficiones. Puestos a elegir una ruta para dar un paseo por la ciudad, escojo siempre una que me lleve por lo menos a uno de los más de 50 que hay repartidos por todos los barrios de Fráncfort. Se trata de robustas estructuras de metal, que se pueden abrir a dos lados, con cinco estanterías en su interior y puertas de un cristal grueso que resiste viento, lluvia, nieve y también el desgaste de los usuarios. Porque su éxito es innegable. Siempre hay personas curioseando, muchas veces a ambos lados, que desarrollan coreografías tácitas para intercambiar posiciones.

En esas estanterías donde la gente deja los libros que ya no quiere para que otros se los lleven, no existe orden, ni alfabético ni por géneros ni por idiomas. Los libros conviven, a veces se apelotonan, según los van dejando allí; son vecindades aleatorias, que permiten descubrir detalles que nunca te había llamado la atención en las librerías o en tu propia biblioteca. Como, por ejemplo, que para leer los lomos de los libros alemanes siempre hay que inclinar la cabeza hacia la izquierda, mientras que los libros en inglés te hacen mover la cabeza hacia el otro lado. Como estos son los dos idiomas que más se encuentran en los’bookcrossing‘ de Fráncfort, mientras vas mirando, vas haciendo a la vez ejercicio de cervicales. En castellano y en catalán hay, por lo menos en mi biblioteca, una predilección hacia la izquierda, pero algunas editoriales lo hacen al revés, así que también se puede ejercitar los músculos de la nuca en la mayoría de las librerías.» (…)

Para leer el texto completo, sólo hay que seguir este enlace: Las cosas que olvidamos en los libros.
Tribuna publicada en El Periódico el 10 de octubre de 2020