«Estoy haciendo un poco de espacio en mi biblioteca, voy revisando las estanterías y sacando libros que sé que no volveré a leer. Estos libros van a una pila y, según en qué estado se encuentren, los regalaré a algún amigo, los donaré a una biblioteca o los dejaré en un ‘bookcrossing’. No sin antes controlar que no haya escrito mi nombre al principio, en esas páginas en blanco que creo que se llaman “de cortesía”. Hace años que no escribo mi nombre en los libros, pero tengo muchos de cuando, además, anotaba la fecha de compra. Si encuentro mi nombre –los adoradores de los libros, por favor, que salten al próximo párrafo– arrancaré la página. También –cuidado, gentes sensibles, que sigo arrancando páginas–, si está dedicado.
No tiene sentido retener libros que nunca más van a ser leídos, es cruel, mucho más que arrancarles una paginilla para que salgan al mundo sin lastres.»
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Tribuna publicada en El Periódico el 23 de septiembre de 2020.