Escribo a mano y escribo a lápiz.

Las novelas, los relatos, las entradas de blog; este texto también.

Los lápices son mis pequeños héroes. Palabra a palabra, línea a línea, párrafo a párrafo, gastan sus entrañas de grafito raspando contra el papel. Ese roce es uno de mis sonidos preferidos. Cuando es rítmico y constante, significa que el texto fluye.  Con el tiempo, el oído se agudiza y se descubre, además, que no es monótono. Hay diferentes formas de fricción. Suena diferente, por ejemplo, al ponerle el travesaño a las tes o al trazar las aes, que siempre me quedan como patos con las cabezas metidas en el agua. O al ponerles la cola a las cus para que no queden idénticas a las ges. O al dibujar largos gusanos, a los que siempre acaban sobrándoles anillos, en palabras como ‘memoria’.

Como soy zurda, escribo empujando. El lápiz va por delante de la mano, a veces me parece que incluso ya piensa solo y se adelanta a mi cabeza. Cuando se gastan, cuando ya son tan cortos, que mi zarpa de zocata no puede escribir bien con ellos, los pego en un marco. Un marco alargado con un passepartout que deja cinco rectángulos que los lápices van llenando al jubilarse.

Hace un tiempo, empecé a publicar en el blog “Pues ya que estoy aquí” pequeños textos protagonizados por mis lápices. Escenas dialogadas en las que los lápices hablaban de sus vidas, de sus experiencias, sus preocupaciones, sus amistades y enemistades, de sus filias y de sus fobias. Eran breves historias escritas, por supuesto, a lápiz en una libreta y que, pésimamente fotografiadas con el móvil, publicaba de vez en cuando. Para mi sorpresa, descubrí que se enccontraban entre las entradas más leídas en la página, lo que me ha animado a darles una nueva forma.

A partir de la semana próxima, las historias de lápices se titularán “Entre lápices” y contarán con los dibujos del ilustrador Dídac Rocho.

Cada jueves os presentaremos historias de madera y grafito. Esperamos que os gusten.