«Nunca me cansaré de decir cuánto valoro y admiro el trabajo de los traductores. Son la voz de los escritores en otras lenguas; son lectores agudos, críticos y sensibles porque parte de su trabajo consiste en construir puentes entre las culturas y esta tarea va mucho más allá de las palabras. También hay que saber traducir los gestos y darles la importancia que tienen. Incluso -o sobre todo- a los pequeños.
Hace unos días quedé para tomar un café con Kirsten Brandt, mi traductora al alemán, y nos acordamos de cómo ella ‘salvó’ de las tijeras del editor alemán un pasaje de una de mis novelas que él consideraba superfluo y, por lo tanto, prescindible. Se trataba de una escena en la que se describía un gesto que hacía referencia indirecta a algo que, por lo visto, no formaba parte de la realidad cotidiana del editor, un hombre joven. Esto último lo menciono porque es importante, como tantos detalles. (…)»
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Tribuna publicada en El Periódico el 16 de julio de 2020.