«Hace unos días, unas amigas que acababan de regresar de vacaciones en Praga me contaban que allí habían asistido a un concierto y que, a pesar de que no podían entender nada, habían seguido muy atentas las explicaciones del moderador, con la esperanza de captar por lo menos el nombre del compositor de la siguiente obra. A veces, entre todas las palabras ininteligibles, distinguían el nombre de un compositor. Según el programa, la siguiente pieza era de Brahms, así que en algún momento tenía que sonar el nombre. Otras, más bien querían creer que sí, que habían entendido Brahms. Tal es el esfuerzo de la mente por entender algo, lo que sea.
Porque nuestro cerebro, aunque a veces no lo parezca, está hecho para entender y, si no logra hacerlo, se inventa cosas. Como hacemos con las letras de las canciones en lenguas que no sabemos o sabemos poco. Para poder cantarlas, tenemos dos recursos básicos. El primero es inventarnos el idioma, como con el “akanyuuu amosti player”, es decir “I got chills, they’re multiplying”, para poder cantar el principio de ‘You’re The One That I Want’ de ‘Grease’. El segundo recurso es hacer como que en realidad están cantando en nuestro idioma. Como interpretar “Yo besé a mi prima”, cuando John Lennon dice “You may say I’m a dreamer”, en ‘Imagine’, o hacer que el espinoso asunto de una posible paternidad desaparezca de ‘Billie Jean’, de Michael Jackson, cuando en vez de “This kid is not my son” se le hace decir “Tú quieres una manzana”. Un problema, de eso no cabe duda, bastante más fácil de resolver.»
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Tribuna publicada en El Periódico el 24 de agosto de 2021.